Al respirar, sin darme cuenta veía los pálpitos de mi vientre temblar por mi cuerpo,
las olas del latido del corazón fluir de vida,
no solo era que estuviese respirando,
mi mente lo sabía,
mi sonrisa lo delataba,
era el dia.
Estaba segura que había matado con esa sensación que me acechaba,
de respirar sintiendo mi vida sin movimiento,
sin latir realmente,
o al menos no de la forma en la que lo sentía en mis sueños,
aquella forma que no conocía en persona,
pero de la que sabía por medio de textos o testimonios ajenos,
y que mi vida entera desconocía.
No era que fuese infeliz,
pero sabía que había algo muy precioso más allá,
y por un tiempo, casi a diario me llamaba entre tanto ruido,
encontré algo que no se puede enseñar,
que no es fácil describir,
y que no se puede demostrar.
Entonces comencé a amar con más fuerza cada detalle del día,
desde el viento del amanecer, hasta esos besos callejeros durante las noches,
desde los campaneos de la iglesia los domingo por la mañana,
hasta la soledad de los atardeceres de invierno,
desde mis caderas hasta estas nuevas cicatrices que la vida me dejó en la piel,
desde mis más grandes sueños hasta las pesadillas que no me dejaban dormir.
Lo encontré,
la más bella de las riquezas.
Amor, felicidad, simplicidad,
independencia y libertad.
Quizá todo en conjunto.
Ahora puedo sentir mi cuerpo latir de vida a ojos abiertos, con una alegría de la que nadie puede despojarme y que nadie vive para enseñarme.
Nos encontramos.